Cuento por cuento


Existen historias que evocan hechos pasados, otras que pretenden ganar la carrera al destino adelantando al presente con largas zancadas; las hay que narran un suceso, o dos, o tres, o infinidad de datos que no cuentan nada pero que alguien se empeñó en anotar con obstinación por miedo a que cayesen en el olvido (quizá sabía que algún día dejaría de recordar), como una lista de la compra o una relación de propósitos para el año nuevo.

En las historias se esconden a veces retazos de otros cuentos, presentes, pasados, en potencia de ser descifrados, reales, inventados o soñados; con frecuencia contienen un principio y un final, o se expanden sobre la superficie escurridiza de un espejo sin límites.

En una ocasión me preguntaron cómo saber cuándo acaba una historia y dónde comienza la siguiente y, después de buscar un argumento razonable en la recámara de mi memoria, me di cuenta de que no podía contestar. No me avergonzó no dar una respuesta hábil, certera y precisa, de esas que arrancan sonrisas de complacencia, porque cuando las busco rara vez hallo una en los bolsillos; pero me generó cierta inquietud no entender la lógica de una pregunta tan sencilla.

Al día siguiente trabajando en un dibujo comprendí que la pregunta estaba mal formulada. ¿Cómo saber cuándo acaba una historia y dónde comienza la siguiente? implica que una historia es un eslabón de una larga cadena de acontecimientos donde el tiempo marca un alto en un espacio inmutable.

Miré mi dibujo: Las dos figuras se hallaban aparentemente sobre la representación simbólica del espacio de una cueva iluminada y se entrecruzaban contando historias diferentes. ¿La figura tumbada soñaba con el dibujo del hombre?, ¿quizá él se inmiscuía a escondidas en el sueño de la mujer?, ¿se hallaban en el mismo espacio en tiempos distintos, se reconocían en un mismo instante separados por una larga distancia o vivían ajenos el uno del otro en un idéntico presente?

Entendí, más allá del significado de mi dibujo, que podía precisar un argumento: cuando escribo una historia rescato una parcela de realidad o bien, si me sitúo al otro lado del espejo, me pierdo en ella; y dicha realidad conforma un gran entramado de historias que se superponen, coletean, convergen, se niegan, se reafirman, se nombran, y un largo etcétera de posibilidades que mantienen el campo de juego activo e imantado.

Ahora puedo afirmar, desde mi limitada experiencia, que cuando creo una historia, o dibujo las palabras con sibilinas líneas, marco un hito dentro de esa gran red y asumo diferentes tiempos y espacios que se afectan entre sí (en esos momentos me siento un torpe saltimbanqui haciendo equilibrismo o un elefante de memoria inquebrantable y cien ojos); lo que todavía me atormenta un poco es que sigo sin entender la lógica natural de la pregunta que me formularon aquel fatídico día.

Marlo

(desde el interior de un cuento)

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