Bestiario de interior (fragmento)

Un nuevo proyecto, ¿por qué no? Tengo tantos en gestación que uno más no dañará la caótica masa en fermentación de nada.

Proyecto sacar adelante un bestiario de interior. ¿El motivo? ¿Quién no tiene dentro bichos, fantasmas, monstruos de dos cabezas y afiladas garras, deformes seres a los que les huele el aliento, extrañas aves que vuelan sin sombra y sin alas, o duendes de ojos saltones y siniestras sonrisas congeladas?

Mi objetivo es extraerlos con unas tenazas y arrojarlos fuera. Quizá vuelvan a introducirse en cuanto abra la boca o, tal vez, olviden el camino por siempre jamás.

Que así sea.

La alimaña

La alimaña se esconde de la luz en el interior del hueco, su rostro es demasiado feo para ser expuesto, y sale durante la noche bajo una dulce y apacible máscara de redondas facciones y tez tan blanca como la luna.

Y no es por casualidad: en esas noches, en las que la alimaña se pavonea por las calles, no hay luna que compita con su oscura blancura, tampoco sol que descubra la mentira. Una débil luz de neón se extiende a su paso: el farolillo ciego e impenitente.

Bajo su tenue resplandor se mueve la alimaña buscando lamer el calor energético de la presa, necesario para sus largas etapas de hibernación. Se deleita con el olor de la herida y en las llagas profundas se baña desnuda, dejando el disfraz guardado a buen recaudo.

Es por esto que hay heridas inmunes a los ungüentos, a las oraciones, a los besos, a la saliva, y no llegan a supurar.

Es difícil librarse de la alimaña. Es astuta, cautelosa, certera, y posee un olfato muy desarrollado que puede detectar el menor indicio de inclinación, de oscilación emocional, que aprovecha para deslizarse a través de la herida inflamada por el dolor e hincar sus afilados dientes.

Sólo existe un modo de enfrentarse a la alimaña: robarle el disfraz y dejarla desnuda a merced de las miradas ajenas que se reirán de su fealdad.

mar(lo)

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