La hoguera de las etiquetas

A veces siento que vivo en un gran supermercado donde uno tiene al alcance de la mano cualquier cosa que desee para su consumo. Eso sí, debidamente envasado, siguiendo los gustos estipulados por el buen marketing; certificado, habiendo pasado unos rigurosos controles de calidad mediáticos; y etiquetado.

Las etiquetas son muy importantes, ¿cómo si no saber el valor que tiene lo que se ha comprado? ¿Cómo distinguir al enemigo y al que puede ser amigo? ¿Cómo encauzar una conversación si nuestro interlocutor carece de etiqueta?

Etiquetamos los sentimientos, las relaciones, las ideas, los cuerpos, los conceptos, los barrios, las ciudades, los gestos, la cultura, la historia, los versos, el sexo, las palabras. No es lo mismo decir Dios en una Asamblea de eruditos judíos a pronunciar la misma palabra en el Congreso Mundial de Ateísmo; o hablar del poeta fulano en la Feria del Libro, a referirse a fulano, que es poeta, y que sigue empeñado en una búsqueda personal que sólo él entiende.

Por eso en los supermercados no importan los nombres sino las marcas. La marca no es sólo un nombre sino que es garantía, pertenencia, prestigio, y que produce anomalías mentales y parálisis emocional irreversible, pero ¿a quién le importa?

Yo personalmente me quedo con los nombres, y si estuviese en mi mano hacer una gran hoguera con todas las etiquetas, estaría encantada de prender la mecha.

marlo (asomada al balcón y sin etiquetas)

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