CRÍTICA ARTE

¿POR QUÉ SEDUCE EL ART BRUT?


El Art Brut de la niña que subió cantando una escalera y no sabemos cómo bajó.

El Art Brut no es un ungüento que se aplica para la fiebre o el dolor de espalda, tampoco es la fórmula mágica que devuelve la naturalidad perdida al arte, ni las gafas que usan algunos dementes para ver mejor la realidad.
El Art Brut no es un proceso terapéutico, ni la mirada inocente de algunos elegidos y, tampoco, es el arte generado por personas con ciertas deficiencias psíquicas o físicas, como se ha difundido erróneamente en algunos medios.
Quizá lo que define el Art Brut es la intención, motivada por una profunda necesidad, de preparar el ungüento, el proceso que se sigue para crear la formula y el modo de ponerse esas gafas.
Dubuffet escribe en la primavera de 1945: “Una canción que grita una niña al subir la escalera me conmueve más que una brillante cantata. Cada uno, su gusto. Yo amo lo poco. Amo también lo embrionario, lo mal trabajado, lo imperfecto, lo mezclado”.
El embrión es el organismo en desarrollo, pero también el principio incipiente de una cosa. No posee la brillantez y el esplendor del cuerpo acabado; pero sí esconde la inmediatez y la expresividad de aquello que se está generando en la oscuridad del hueco.
Por este motivo, la canción que grita una niña mientras sube una escalera seduce,  conmueve y provoca una reacción epidérmica de todos los sentidos.
El Art Brut es esa canción.
El Art Brut está en la acción de artistas como Judith Scott y de su sombrero que va cambiando aleatoriamente de aspecto, de forma e incluso de color; o en las construcciones de Karl Hendrickson que se prolongan a lo largo del tiempo y de sus miembros atrofiados, y que van definiendo los límites de su mundo particular.
El Art Brut nos habla de cómo esa niña subía la escalera, sus movimientos y el tono de su voz. El lugar al cual se dirigía, carece de importancia.
Porque el espacio verdaderamente relevante en este tipo de arte es la escalera, es el campo de juego, es el proceso.
Mar Lozano
(con una escalera debajo del brazo)
Adiós Louise Bourgeois


Conocí la obra de Louise Bourgeois desde dentro y creo que ese recuerdo me acompañará toda la vida. Me topé con ella por casualidad, sin esperarlo y sin haber recibido ninguna información previa.

Es cierto que acudí al Museo, supongo que a ver su obra, no lo recuerdo bien, porque una vez dentro, girando sobre mis pies sin poder apartar los ojos de aquellos insólitos objetos cotidianos, algunos fragmentados, otros rotos o expuestos como apariciones, todos ellos seres de un mundo ancestral danzando alrededor mío, mi visita se transformó en un encuentro con ese mundo, el que está al otro lado de los ojos, al que se llega sin escaleras, ni metro, ni pasillos y siempre con los bolsillos vacíos.

Allí dentro sentí horror, dolor, ira, odio, deseo, ternura, desnudez y, sobre todo, la certeza de estar en un lugar único porque la presencia de cada elemento había sido invocada por alguien que no puede mentir.

Son pocos los artistas tan valientes y tan sinceros de explorar en sus propios límites, construir hacia dentro, tejer con la propia materia para seguir avanzando y no rendirse al gran circo que rodea al mundo de la creación.

Salí del Museo al exterior y la calle me pareció un burdo decorado de cartón piedra.

mar lozano

¿Qué tienes debajo del sombrero?

Reconozco que me produce cierto placer esconder cosas. Cuando era pequeña uno de mis juegos favoritos consistía en ocultarme detrás de los muebles en la habitación donde se hallaba el resto de mi familia descansando, sin que ellos pudiesen sospechar de mi paradero.
Entonces, una vez encontrado el lugar secreto, imaginaba las historias más increíbles, o bien jugaba con mis muñecos habituales. Esconderme no era parte del juego; sino algo parecido a abrir la puerta al lugar mágico, un lugar de tránsito que ponía en comunicación los dos extremos, como un puente o un pasillo.
Hago referencia a este hecho porque, con el tiempo, he entendido por qué me atrajo la obra de Judith Scott la primera vez que vi algunas de sus piezas. Esos cuerpos orgánicos tejidos de forma caótica y obsesiva, pero delicados, femeninos y vivos, me dejaron sin habla.
Sus esculturas me sedujeron tanto por sus atractivos caparazones como por lo que esconden en su interior. Radiografiadas son auténticos vertederos de objetos insólitos, reunidos, amordazados y retorcidos hasta formar una lustrosa y bonita piel que se adapta como un guante al interior.
Durante años esta gran artista guardó silencio. Separada, en su infancia, de su familia, se la recluyó en una Residencia para discapacitados donde pasó 36 años de su vida. Ningún médico detectó la sordomudez que padecía.
Joyce, su hermana gemela, consiguió su custodia en 1986. Y ella poco a poco tejió su voz hasta encontrar el timbre adecuado, y ya no quiso callar. Tenía poco tiempo, demasiadas cosas que contar, silencios que desentrañar y mundos por explorar.
Quizá porque no pretendía exhibirse, ni alimentar su ego artístico, pudo construir un lenguaje cargado de sentido, sensibilidad y necesidad real que nos conmueve, suscita muchos interrogantes y cuestiona los pilares y convencionalismos del arte actual.
Una pena que el mundo sea sordomudo ante casos similares. Lo diferente nunca encaja y es rechazado o recluido al ostracismo.
Gracias Judith por no quitarte el sombrero.

Mar Lozano Reinoso

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